Alzarse en el papamóvil, donde el llamado Sumo Pontífice, suele orar y trasladarse para saludar y bendecir a millones de fieles católicos, no resulta trivial ni ordinario, mas bien, pudiera sonar insustancial y hasta inverosímil. Chocante, quizá, para algunos. Pues bien, subirse y curiosear en esa reliquia religiosa, llamada papamóvil, resultó toda una experiencia, al menos para quien acaricia las teclas del ordenador, donde esto se escribe.
Un Potosino en el Papamóvil.
Y, más aun, a costa de la terca descortesía del Estado Mayor Presidencial Mexicano y del propio Vaticano, los que en más de cinco ocasiones, impidieron acercarme al líder espiritual, para entrevistarlo, al igual que a Sergio Alejandrino Rodríguez Briones, mi camarógrafo.
La aventura se dio hace más de 18 años y se bordó entre la pasión periodística y el deseo de tener frente a mí, a un Papa-aunque fuera Karol Joséf Wojtyla, a decir de muchos, “Su Santidad”-. Así lo describió Carlos Salinas de Gortari, el ex presidente mexicano, a quien le toco darle la bienvenida.
A Carlos Salinas, aun no se le describía como “el innombrable”. Eso fue mucho después de que nuestro país reanudara las relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano.
Pero bueno, la experiencia periodística de la que hoy recuerdo, se tejió en la tercera visita que hizo el Papa Karol Wojtyla a México, justamente a Mérida, fundada en el año de 1542 sobre los vestigios de la ciudad maya de T´Hó, ya deshabitada cuando los conquistadores europeos se establecieron en la Península de Yucatán.
En ese tercer encuentro, de los cinco que hizo Juan Pablo II a territorio mexicano, fue cuando finalmente, al Papa- nacido el 18 de mayo de 1920 en Wodowice, Polonia y muerto en el año de 2005- lo tuve ahí. Estaba justo frente a él. Su presencia me impactó.
El encuentro se dio en el aeropuerto internacional de la Ciudad de Mérida, Yucatán. Me parece que fue el 23 agosto de 1993. La mañana caía sobre la ciudad. Cruzamos miradas, sonrisas y saludos. Intenté entrevistarlo y no pude. Sus guardianes me lo impidieron. Me frustré.
Mi intención cuando partí de San Luis Potosí a la llamada Ciudad Blanca de Mérida, era esa; arrancarle unas palabras-aunque fueran solo algunas-.Me costo trabajo, como dinero cuestan las religiones. Hay quienes dicen que Dios es gratis. Creo que si. No conseguir la entrevista también me entristeció. Pero bueno, el extraordinario hecho de habitar y compartir un espacio tan privilegiado como lo es el papamóvil, le restó importancia a mi frustración y me devolvió el entusiasmo, ese, que en algún momento perdí.
Ese hecho inusual, borró el desencanto como por obra divina… Bueno coexistir en el reducido espacio, cuyo titular es el máximo exponente del catolicismo mundial, no se da tan fácilmente. Aunque hayan sido solo unos minutos, para mi fueron eternos. Cuando subí al papamóvil, Juan Pablo II ya estaba en la aeronave que lo llevaría de regreso a Roma. Su corta visita había concluido. Yo intentaba armar mi reporte informativo desde allí; no lo logré, me bajaron, como de pronto bajan a algunos políticos de las contiendas. No me molestó.
En cierta manera logré parte de mi objetivo: Cubrir una gira papal. Fue muy emocionante. Guardo muchos recuerdos, algunos, se han ido perdiendo en la bruma del tiempo. Otros están ahí, atesorados.
Recuerdo con claridad la recepción que le hizo Dulce María Sauri Riancho, en ese entonces gobernadora de Yucatán, una mujer fina e inteligente. Meses atrás, había sido delegada del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI) En San Luis Potosí, donde la conocí. Hicimos buena amistad. Previo a los eventos programados en Izamal y Xoclan, Dulce María, nos recibió con distinción en el Palacio de Gobierno, donde momentos antes habían sostenido una reunión privada, el ex presidente mexicano, Carlos Salinas y el Papa Wojtyla. La restricción a la prensa internacional fue notoria.
Sauri Riancho, alta en estatura física y mental y fina en rasgos faciales, nos concedió una larga entrevista y una amena platica. Luego nos invitó a pasar a una sala especial del palacio, a la que pocos tuvieron acceso.
Ahí se montó una exposición con obras de arte sacro que forman parte del acervo de la Iglesia Católica y que procedían de la capital del país. Fue fascinante. Mas tarde comimos en una plaza a cielo abierto.
Debo admitir, que la cobertura periodística de la visita hecha por Juan Pablo II- el Papa al que México se le entregó e hizo suyo-, fue un evento memorable y por la misma razón interesante. Me marcó.
La experiencia fue grandiosa, sublime y hasta celestial-creo-. Fueron momentos gloriosos, únicos y diferentes. Así los sentí, así los percibí, así los viví. Cuando esto ocurrió, sentí regocijo y una energía diferente que cuesta trabajo describir. Me sentí privilegiado. ¿Y por qué no? ¡Hasta bendecido! Agradezco al papa Juan Pablo II haberme distinguido con su presencia y poder estrechar su mano.
Deseo finalmente, dejar en claro que durante muchos años admití al catolicismo como mi religión, hoy me siento decepcionado no tanto por la fe y la espiritualidad de esa doctrina, sino por quienes administran las instituciones del Estado Vaticano. Han fallado-me parece- y han alejado a millones de creyentes de esa religión. Han caído en uno de los actos mas abominables como lo es la pederastia.
En algún momento de mi niñez, cuando fui monaguillo en tres iglesias de mi natal ciudad, sentí las miradas lesivas de los sacerdotes y los tocamientos carnales disfrazados de compasión, en el acto íntimo de la Confesión. Dios los perdone.