“[…] persona conocida en todo París como el genio culinario más grande de su tiempo, que- sorprendentemente- ¡era una mujer!, ´y en efecto´, había añadido el coronel Gallifet, ´esta mujer está convirtiendo una cena en el Café Anglais en una especie de aventura amorosa…¡en una aventura sentimental de esa noble y romántica categoría en la que uno ya no distingue entre el apetito corporal o espiritual y la saciedad!
(Isak Dinesen El festín de Babette Nordica Libros, 10ª edición, Madrid, 2007, pág. 87)
La película La fiesta de Babette (dirigida por Gabriel Axel, 1987) está basada en una nouvelle de Isak Dinesen, seudónimo literario de Karen Blixen (1885-1962).
La historia es en apariencia llana: Babette llega a la pequeña aldea de Berlevaag, donde viven Martine y Philippa, hijas de un deán luterano, huyendo de la feroz represión de la Comuna de París, en 1871.
El deán hizo que sus hijas se dedicaran a él, diciendo que eran sus manos y que nadie podía despojarlo de ninguna de ellas.
En la película y la nouvelle el tiempo se organiza de este modo: 1883/Martine y Philippa jóvenes/1854/1855/1871 y 1883 (que es el presente de la narración). Todo lo que sucede en ese lapso está marcado por lo no dicho, por las diferencias y los lazos, por el encuentro forzoso entre dos mundos y por lo que cada habitante de cada uno de esos mundos puede captar o no sobre el otro. Podemos dividir al texto en tres partes: la presentación del mundo narrado y sus personajes, la cena y el cierre.
Habrá sin embargo un mágico puente capaz –al menos en parte- de atravesar las diferencias entre esos dos ámbitos: la comida.
Este universo narrado entra en funcionamiento con la llegada de Babette durante una lluviosa noche de 1871; precedida por la aparición de dos personajes, el general Lorens Löewenhielm y el cantante Achille Papin. Si bien ellos son centrales en la organización narrativa el elemento nodal es Babette.
El amor de Martine
Lorens Löewenhielm era un joven oficial que había contraído deudas de juego. Su padre lo envía entonces a pasar un mes con su tía en su casa de campo de Fossum, muy cerca de Berlevaag, para que meditara sobre sus costumbres. Al ver a Martine en uno de sus paseos a caballo es deslumbrado por su belleza y se enamora de ella. Las veces que se vean será en casa del deán y Lorens permanecerá siempre en silencio ante la hermosa muchacha y la belleza pura y absoluta que representa, hasta finalmente despedirse para siempre. Ante ese ideal de pureza él se siente ser nada.
Desde entonces llevará una vida ejemplar que a la larga le significará el triunfo y el acceso a la realeza, algo que hará de él un hombre de mundo, aunque introspectivo y consciente de la banalidad de ese mundo en el que vive.
Casi treinta años después, antes de salir para la fiesta se dirige al joven teniente que una vez fue y le dice que ha conseguido en la vida todo lo que ese joven deseaba, pero que se trata de cosas fútiles y se pregunta en qué sentirá al ver a Martine de nuevo durante la fiesta. (Babette 7)
Al despedirse le dirá que ha pensado en ella cada día de su vida y que habrá de recordarla y estar con ella espiritualmente por el resto de días que le sean concedidos.
El amor de Philippa
Achille Papin, un famoso cantante que había cantado en la Ópera Real de Estocolmo, llega a Berlevaag en busca de paz y silencio, sintiendo que comienza a envejecer y que su carrera se acerca al ocaso, pero al entrar en la capilla donde se celebra un oficio escucha cantar a Philippa: de pronto se siente lleno de esperanzas y rejuvenecido al encontrarse ante la revelación de una voz excepcionalmente dotada, que contiene las cumbres nevadas, los prados y las flores silvestres; un instrumento capaz de llevarla a lo más alto del arte lírico. Pide permiso para darle lecciones de canto. Sin embargo, luego de cantar ambos la escena de la seducción de Zerlina, de Don Giovanni, a cuyo final él la abraza y besa su mano, Philippa le indica a su padre que haga saber a Monsieur Papin que ya no quiere recibir sus lecciones.
Desolado, Papin parte en el primer barco que salía de Berlevaag.
Babette Hersant
Sofocada a sangre y fuego la rebelión de La Comuna de París, muertos su esposo y su hijo, Babette huye para salvarse y trae a Berlevaag una carta de Achille Papin que refiere lo que ella ha debido sufrir, apelando a Martine y Philippa como buena gente capaz de darle abrigo, y a la vida sencilla como algo más verdadero, muy diferente de la gloria mundana que lo ha abandonado. Termina su carta transcribiendo los dos primeros compases del dúo de Don Giovanni y Zerlina.
Babette se ofrece a trabajar sin recibir nada a cambio. Se convertirá en una presencia fuerte y silenciosa, pero algo en ella, una fuerza, la hará la conquistadora de los corazones de los habitantes de la aldea y así habrían de transcurrir los años, hasta que algo sucede.
Vida callada
Martine y Philippa asociaban a Babette con la idea del lujo y el derroche franceses, pero renunciaron a catequizarla en los principios luteranos, por no estar muy seguras de su francés y por pensar que, más que hablar, debían predicar con el ejemplo. Babette se hace un lugar en la aldea, regatea con los vendedores en los mercados, examina las mercancías, se gana el amor de pobres y enfermos como si tuviera un poder desconocido.
Sólo las hermanas le veían un rasgo misterioso y alarmante: nunca hablaba de su pasado, aceptaba todos los quehaceres pero su presencia era sólida, firme y enigmática.
Y ocurría que cuando Martine o Philippa le hablaban a Babette, no obtenían ninguna respuesta, y se preguntaban si oía siquiera lo que ellas le decían. La encontraban en la cocina, con los codos en la mesa y las manos en las sienes, enfrascada en el estudio de un libro que sospechaban que era un devocionario papista. O permanecía inmóvil en la silla de tres patas de la cocina, con sus fuertes manos en el regazo y sus ojos negros muy abiertos, enigmática y fatal […]. En esos momentos se daban cuenta de que Babette era profunda; y en los sondeos que hacían de su ser notaban pasiones, y que había recuerdos y anhelos de los que no sabían nada en absoluto.
Un frío estremecimiento las sacudía […]
(Isak Dinesen, obra citada, pp. 42/43)
El sencillo mundo parece estar separado por una silenciosa e imaginaria barrera: ¿Será así?
La suerte de Babette
Dos elementos marcan el paso de la primera a la segunda parte: el festejo por el centenario del nacimiento del deán y el premio de lotería que gana Babette, quien, año a año, renovaba su billete.
Primero la carta y luego el anuncio de que había ganado la lotería produjeron una sorpresa tan grande en las hermanas que no pudieron pronunciar palabra alguna por un minuto entero. Pensaron que Babette regresaría a París porque los pájaros vuelven a sus nidos.
Entonces sucedió algo: ella les pidió que le permitieran preparar una cena francesa para la celebración del centenario del natalicio del deán.
La vida de renunciamiento que su fe imponía a las hermanas hizo que no les gustara la idea, pero Babette insistió, les dijo que durante doce años no les había pedido nada y sus ojos eran tan suplicantes que Martine y Phillippa terminaron por aceptar.
Les solicitó entonces permiso para ausentarse durante unos días a la capital para encargar los elementos para la cena. Aquella ausencia fue vivida como un preanuncio de la definitiva.
Al cabo de diez días Babette regresó: su sobrino, que era tripulante de un barco que iba a París, había conseguido todos los ingredientes necesarios para la cena y pronto los recibiría.
La tortuga y el himno
Las hermanas, vivían la inminencia de la llegada de la comida francesa como una invasión profana.
Sin embargo, cuando primero llegó una carretilla cargada de botellas y luego otra con un bulto indefinido, que resultó ser una enorme tortuga, Martine quedó literalmente horrorizada e imaginaba que la celebración tan importante amenazaba con convertirse en un aquelarre.
Confió sus temores a los hermanos de la congregación; como las intenciones de Babette eran buenas y sinceras y nada malo podría provenir de ellas aunque la comida fuera algo pecaminoso, acordaron no decir nada sobre lo que comían y pasar la cena como una prueba.
Se dieron las manos y, llegado el día, cantaron un par de himnos.
Las diferencias
Mientras que en el texto literario la cena transcurre enteramente en el comedor de la casa, en la película el escenario principal es la cocina: ese lugar es el verdadero espacio donde Babette se muestra como quien verdaderamente es.
Al llegar el trineo con el general y su tía el cochero es invitado a la cocina, donde el sobrino de Babette la asiste y sirve primero el vino amontillado y luego la cena, con todos sus platos y sus vinos y champagne, en una mesa especialmente decorada por Babette.
Es en esa cocina con sus fuegos, en los rostros, en los claroscuros, en el trabajo de la chef donde el milagro verdaderamente transcurre y se desata la alquimia mágica capaz de unir –al menos en ese instante- aquellos mundos diferentes.
Es allí que Stépane Audran compone lo mejor, lo más auténtico de Babette: en la forma de indicar los vinos, disponer la cristalería y, después de la sopa de tortuga, elaborar primero el Blinis Demidoff, y luego las Cailles en sarcophage, además de disponer el orden de los vinos: el amontillado del comienzo, el champagne Veuve Cliquot de 1860 o el vino Clos Vougeot, 1846.
El general Löeweinhielm asiste maravillado y sorprendido a ese festín que le recuerda al Café Anglais y refiere la historia de la chef de ese lugar. Maravillado, hace comentario a otros comensales que le responden con referencias totalmente desvinculadas de dichos comentarios y de los platos y los vinos.
El punto más desafortunado de ambos, el texto literario y el filme, es que el general se marche sin pedir ser presentado a quien preparó aquella cena como las del Café Anglais, y conocer y felicitar a la chef, o que ella no sea presentada a los comensales: quizás debamos ver en ello que al artista no siempre, o no necesariamente, recibe algo a cambio de aquello que entregó poniendo su vida en ello. Después de todo, los mundos en los que la comida suscita sensaciones y eleva a algo donde no se puede distinguir el apetito terrenal del espiritual, no pueda, después de todo, terminar de unirlos.
Es en este punto en que Isak Dinesen plantea que su texto no obedece a una clave de lectura realista sino que más bien es una suerte de fábula donde lo central, la deliberación de los personajes, permanece en el misterio: de allí el tono sencillo y al mismo tiempo la apelación a la virtud, a la verdad, a la sencillez.
En la película los planos –cocina y comedor- se alternan y complementan: el cochero ayuda, muele café, prueba los manjares y los vinos y una alegría inusitada ilumina su rostro igual que los candiles, mientras Babette y su sobrino trabajan aceleradamente.
Desde la llegada de los ingredientes las hermanas renunciaron a entrar a la cocina para no verlos y el lugar pasó a ser el ámbito de Babette, su reino, su escenario, el lugar de la magia: eso no es así en el texto.
En el comedor, mientras las hermanas y los fieles se empeñan en renunciar al placer, ignorar la comida y hablar del deán, empiezan a ser atravesados por un sentimiento nuevo y ellos, distanciados por antiguas diferencias y viejos rencores, se los confiesan el uno al otro. Un hombre y una mujer, enamorados en la juventud, vuelven a besarse y el general da un discurso que nadie comprende, en el cual anuncia que “la misericordia y la verdad se han abrazado”. Lo pronuncia con un sentimiento desconocido en él.
Dos planos, dos mundos y una magia pero los mundos no se unen. Cada uno vive la plenitud separadamente.
Un genio encerrado
La línea del Ecuador es una novela corta. La escribí en 2014 y narra el encuentro de Mariana y Aritz, dos amigos que se reúnen a cenar en el Restaurante del Golf Club de Playa Grande, en Mar del Plata. En esa antigua casa de diseño inglés, con la vista del enorme ventanal que da a la zona Este de la ciudad que, desde a loma en la que está emplazada la casa, permite una vista que parece infinita: hacia las luces de la avenida de la costa, el cielo, el mar y el puerto; en ese marco el relato de las vidas de ambos fluye al calor de la comida y del vino.
El aroma nos envolvía: al arroz, a los mariscos, agolpados allí, como si una marea los hubiera dejado varados en esa especie de arena densa y diferente.
Probamos ese primer bocado: los aromas habían estallado en nuestros sentidos, nos daban sensaciones que borraban todo lo demás y saboreamos ese momento lo mismo que ese primer contacto con los sabores.
Un hilo de humo, muy tenue, se elevaba de los platos, nos abrazaba con su calidez.
(La línea del Ecuador, Cap. III, pág. 49 “La pintura de Vermeer”, Edit. Mis Escritos, Buenos Aires, 2015, pág. 49. Edición digital, 2022)
La comida abre puertas recónditas que conducen a recuerdos, a conversaciones que rememoran posibilidades frustradas, posibilidades cumplidas, cuentas pendientes, anhelos y amores.
La señora Marta apareció con los platos acabados de calentar. El arroz parecía haber rejuvenecido, era más brillante y los mariscos parecían haber resucitado, como si estuvieran por tratar de salir abriéndose paso en esa especie de arena en la que habían quedado varados y fueran a desplegar vaya a saber qué habilidades desesperadas, todo en pos de una salvación imposible. El hilo de vapor también había resurgido y se elevaba de nuevo hacia nosotros, impregnaba nuestros sentidos y luego la textura, diferente a la de antes, como con otra personalidad, nos decía ese mensaje intraducible pero muy importante, inolvidable que nos dirigen todas las comidas elaboradas o aquellas que simplemente más nos gustan, porque las asociamos a escenas, imágenes, olores, voces, lugares. Un mensaje sólo nuestro, no destinado a nadie más.
También el vino renacía; el aire había despertado todo eso que reposa en una botella y que se despliega, nunca se sabe si por gracia del propio vino o de lo que nosotros sentimos y descubrimos con él. El vino contenía un genio encerrado que venía de muy lejos y traía sabores a tierras lejanas, a especias, a frutos rojos, a madera de roble y nos envolvía en su misterio, en ese que es cuestión no de un momento o de una botella sino que no es el mismo de sorbo en sorbo, como si ese genio hubiera decidido ser cambiante, transformarse para sorprendernos y nunca acabara de sorprendernos del todo.
(La línea del Ecuador, Cap. V “Hilo y cañas”, pág. 49)
El espíritu de una comunard podría tener lugar allí y ser una de las historias, porque la magia es la misma.
Del mismo modo:
De lo que ocurrió más tarde nada puede consignarse aquí. Ninguno de los invitados tenía clara conciencia de ello. Solo recordaban que los aposentos habían estado llenos de una luz celestial, como si diversos halos se combinaran en un resplandor glorioso. Las viejas y taciturnas gentes recibieron el don de lenguas; los oídos, que durante años habían estado casi sordos, se abrieron por una vez. El tiempo mismo se había fundido en eternidad. Mucho después de la media noche, las ventanas de la casa resplandecían como el oro, y doradas canciones se difundían en el aire invernal.
(Isak Dinesen, obra citada, pp. 92/93
La artista
Terminada la cena, luego de que el general y su tía fueron conducidos por el cochero de vuelta a su casa campestre y los hermanos de la congregación formaran en la calle un círculo tomados de la mano, Martine y Philippa fueron a la cocina a agradecer a Babette.
La encontraron, entre sartenes, cacerolas y platos, casi igual de extenuada que aquella primera noche de lluvia en que llegó a Berlevaag.
Se atrevieron entonces a preguntarle cuándo volvería a París:
-No- dijo Babette- ¿Qué haría yo en París? Todos han desaparecido. Los he perdido a todos, Mesdames.
[…] Al final de otro largo silencio, Babette les sonrió súbitamente y dijo:
-¿Cómo iba yo a regresar a París, Mesdames? No tengo dinero.
(Isak Dinesen, obra citada, pp. 102/103)
Es entonces que se enteran de que Babette ha gastado todo lo que tenía en esa cena porque una cena como esa, para doce personas, en el Café Anglais hubiera costado diez mil francos.
Ahora serás pobre para siempre, le dicen y ella contesta que un gran artista tiene algo de lo que los demás no saben nada, tiene el don de hacer feliz a la gente y nunca es pobre. Las hermanas argumentan que entre esa gente a la que hacia feliz estaba el general Gallifet, quien asesinó a su marido y a su hijo, entre muchos otros comuneros. El arte puede hacer felices a personas que no merecen esa felicidad porque son crueles, sería la moraleja, si es que la hay.
El acto de amor es puro pero también solitario y triste y debe ser capaz de bastarse y de consolarse a sí mismo, porque nada que esté más allá de él podrá hacerlo en su lugar.
Es quizás en estas últimas líneas donde se produce la unión entre esos dos mundos, el de las hermanas y el de Babette.
Philippa se acercó a Babette y la rodeó con sus brazos. Sintió el cuerpo de la cocinera contra el suyo como un monumento de mármol, pero se estremeció y tembló ella misma de pies a cabeza.
Durante un rato no pudo hablar. Luego susurró:
-¿Sin embargo, esto no es el fin!
Tengo la impresión Babette, de que esto no es el fin. En el paraíso usted será la gran artista que Dios quería que fuese. ¿Ah! Añadió, con las lágrimas corriéndole por las mejillas-. ¡Ah, cómo deleitará a los ángeles!
(Isak Dinesen, obra citada, pág. 109)
No obstante, la propia Philippa renunció al don de la voz excepcional, capaz de contener cumbres nevadas, prados y ríos: todo es y no es al mismo tiempo. Los personajes piensan que son libres pero viven encerrados y quienes tienen un don terminan renunciando a él.
No es fácil, después de todo, encontrar la moraleja a esta suerte de fábula que se convierte así en una parábola abierta: un don debe soportar las circunstancias de la vida y ser siempre capaz de abrirse paso, podemos pensar eso o simplemente tomar la historia como es. La escritora no nos da un cierre sino que nos impone un interrogante.
Los personajes asisten a una suerte de revelación pero son al mismo tiempo silenciosos y frustrados y la luz de un momento especial parece iluminarlos poderosamente y hacerlos felices, pero sólo en un lugar y por un instante.
Quizás, después de todo, la única moraleja posible es que un acto de amor es algo que puede ser efímero y subsistir como el recuerdo de un instante privilegiado, o ser hondo y misterioso.
De aquello que no se puede dudar es que en ocasiones muy especiales algo despierta y por un momento reina en toda su luz.
Eduardo Balestena
Vínculo a la novela La línea del Ecuador
La fiesta de Babette (1987 Gabriel Axel) reparto de los personales centrales del texto en la película.
Babette: Hersant: Stéphane Audran
Philippa: Bodil Kjer/ joven: Hanne Stensagaard
Martine: Birgitte Federspiel/ joven: Vibete Hardstrup
General Löwenhielm: Jarl Kulle / joven: Gudmar Wiveson
Achille Papin: Jean-Philippe Lafont
Maravilloso tu trabajo, con tantas ideas expresasas por los personajes y sus vinculaciones y desarrollos a traves del tiempo y del espacio en sus vidas, expresado todo con un lenguaje expresivo riquisimo y profundamente espiritual…. muchas gracias Eduardo por darnos esos momentos de placer y exquisitez con tus obras y sus lecturas…
Excelente!
Un acto de amor por lo que se hace tiene un gran significado personal y tu literatura evoca el bouquet de la cocina de Babette representada por el significante… el vino