Por Gral. Brigadier Gabriel Cruz González 02/10/95
De la Arabia legendaria en la que florecieron los delicados abrasies durante el califato de Harun al Raschid, a Turquía agro de los feroces otomanos, el café inicia un singular e interesante tránsito.
Pasó a Siria en donde encontró los primeros detractores, en el año 1511 el sultán Kair Bey se indignó porque en la ciudad santa se bebía demasiado café y consultó a su visir, entablándose de inmediato en una polémica entre los teólogos, pues algunos afirmaron que el café era comparable al vino y por consiguiente debía prohibirse. El Corán libro de la sabiduría, proscribe las bebidas embriagantes.
Consultados los sabios consideraron, el café una bebida maravillosa. Y contra la prohibición también protestaron los poetas que consideraban el fruto rojo “nacido del corazón de Alá”, el resultado fue una guerra civil entre los fanáticos del café y sus detractores. Años después el sucesor de Kair Bey, se declaró partidario de la discutida infusión.
Se sabe que el año de 1600, Baba Budan lo cultivaba en la India, y ya se conocía en Java y en Ceylan, antes de la llegada de los turcos. Cuando reinaba Soliman II, el café hizo su entrada en Constantinopla. Y por 1615, los navegantes venecianos lo introdujeron por fin en el continente europeo, la extraña y negra bebida habría de imponerse paulatinamente en occidente.
En 1640 se abrió el primer café en Venecia y a el acudían los marinos para narrar viajes míticos y fantásticas aventuras. En 1645, la bebida se habría generalizado en Italia. A partir de 1650 los holandeses lo llevaron a Batavia y luego a Sonda. En 1658 Thevenot, un viajero francés, pretendió introducirlo en “sociedad”, después de su viaje por oriente, ofreció un banquete en París y al final, obsequió a sus invitados con el “néctar árabe”. Pero la bebida no gustó. Ni por su aspecto, ni por su sabor, posteriormente el árabe Chirac fue el primero en llevar una planta de cafeto a París.
De la noche a la mañana, el café se puso de moda en París gracias a Soliman Aga, embajador de Persia en Paris de Mehmed IV, ofreció una fastuosa recepción a la Monarquía que finalizó sirviendo café a sus invitados con verdadero lujo oriental. En forma muy distinta a como lo hicieron años antes con Thevenot, reaccionaron los franceses y aceptaron la “nueva y atractiva bebida”.
Uno de los primeros cafés parisinos fue establecido en Saint Germaine por el armenio Pascal en 1672, con todo éxito en una simple barraca dedicada a vender exclusivamente café, poco después abrió uno más en Quai de L’ Ecole, iniciando la historia de tan famosos centros de reunión. Otro armenio, Maliban, fracasó con un pequeño café en la calle de ferrón, pero un empleado suyo de nombre Gregorio instaló en 1688, con gran tino su establecimiento junto a un teatro. Ajenos a la fría indiferencia que desde muchos años antes imperara en España hacia los árabes. Tal vez porque los dominaron y sojuzgaron durante ocho siglos.
En 1711 desembarcaron en Holanda los primeros siete sacos de café. A fines del siglo XVIII, en Holanda, un tal Lucio Roselli, abrió el café Italien en el que ofrecía funciones de magia, hacia juegos de prestidigitación y predecía el futuro “leyendo el destino en el fondo de las tasitas consumidas”, que es este el origen de tan distinguida charlatanería.
En 1746, el Colegium de Suecia prohibió su uso, pero el rey Gustavo III no estuvo conforme y se cuenta que para rebatir los argumentos de sus galenos, experimentó con dos prisioneros condenados a muerte, se dice, que el que tomaba té vivía 70 años y el que consumía café alcanzaba la edad de ochenta años.
Tal fue a grandes rasgos el tránsito y pasión del café en Europa. Aceptado hasta en la misma Roma, en el que alcanzó celebridad, el café greco de la calle Condotti, al que se llegaron Jacobo Leopardi, Lord Byron y Schopenhauer, entre otros.
Y se explica a pesar de que se le tilda de “bebida del diablo”, el papa Clemante XIII (1758-1769), comentó:
“Esta bebida de Satanás es tan deliciosa, que es lamentable tenerla reservada a los infieles”.
Desde entonces, los cristianos sin remordimiento alguno pueden disfrutarlo y, cuando se los ha llevado el diablo ha sido por otras razones.
Filtro de tentación brujo y sellado
Y en oscuras retortas destilado
Por austero y escuálido alquimista…
(Sinuhé)