Siempre me ha parecido sencillo convivir con niños, hay cierto grado de simpleza y sinceridad en sus actitudes que me hacen imposible el no sentir agrado por ellos. Al verlos y darme cuenta que son personalidades auténticas, que casi no están tocadas por las experiencias del mundo, despierta en mí una admiración hacia ellos y una nostalgia por mi propia persona. Un niño siempre nos motiva a mostrarle el mejor lado de nosotros, el lado alegre y divertido, el buena onda, hacemos cosas graciosas para agradarles, y por unos instantes, volvemos a ser niños también.
Desde hace varios años que tengo sobrinos y puedo decir que estar con ellos me ha hecho entender la importancia del papel que juegan en la obra de nuestro futuro, además me di cuenta que son lo más importante, el componente principal de la fórmula que tenemos para reivindicar a la humanidad.
No soy madre, pero soy tía, amiga y estoy consciente de que todos los niños del mundo son considerados así, como “nuestros”, no importando el lazo sanguíneo o en dónde se encuentren, ya que al fin y al cabo la mayor parte de la sociedad es un reflejo de lo adulto y es a través de ese reflejo que los más pequeños aprenden verdades de la vida que no precisamente se les enseña en casa.
Es por esto, que todos los hombres y las mujeres de la Tierra tenemos la responsabilidad de construir y regalar a nuestros niños un mundo digno y afectivo, en el cual puedan crecer sin miedo a estar expuestos a los terrores de la humanidad , que puedan estar orgullosos de sus antepasados y que hayan aprendido de igual forma a cuidar del planeta y del resto de la civilización, así como a las siguientes generaciones cuando llegue su turno.
Navegando por internet, encontré una frase con la que coincidí en la página Educapeques, decía: “No podemos educar sus cabezas, sin educar sus corazones.” Y creo que en un mundo como el nuestro, donde los dones más importantes para la convivencia sana como el respeto y la tolerancia se han ido dejando de lado, se ha vuelto una cuestión fundamental enseñar a los pequeños que no sólo hay que ser inteligente, rico, destacado, innovador o poderoso, sino también y más importante, enseñarles el amor, la conciencia de ellos mismos, de los demás y la amistad sin distinción.
Protejamos su esperanza, enseñémosle a nuestros niños a ser libres de condicionamientos sociales enfermizos, y nosotros, volvamos a aprender a volar con ellos.
Muy cierto Ghiss, sin amor el hombre inteligente se vuelve soberbio, el rico, miserable, el poderoso, opresor, el exitoso, altivo. El amor real conlleva una transformación del ser interior que debe ser cuidado desde que se nace