Por Diana López.
Hoy me levanté con tu mirada en mi almohada.
Me desperté con la taza de café fría.
Con un corazón lejano.
Con el alma perdida.
Salí con el frío matinal. Abotoné el abrigo mientras recorría las calles.
Observando los edificios, guardé las pisadas que algún día darás conmigo.
Escribí en el cielo el destino.
El tuyo y el mío.
Vi pasar rostros de todo tipo.
Y tan diferentes todos, divagué pensando que en uno de ellos te podría encontrar a ti.
Hoy atardecí con los brazos cansados.
Llegué a casa con un espíritu esperanzado.
Con el alma en la puerta.
Y me senté en el mismo sitio de todas las tardes.
En ese balcón que guarda los besos que ya no preparo para nadie más.
Leí el destino que había escrito.
Y no se me pasaban las horas.
Hoy…anochece.
Me preparo para cobijarme y alumbrarme con nuestra luna.
Y observo tu mirada latente en mi almohada.
Dudo, imagino.
Espero. Y concluyo…
Las horas del día no pasan. Las de la noche no son infinitas.
Mis días son tuyos, porque en todos te pienso.
Pero mis noches son tuyas.
Y contigo.
Hoy, te digo que me quedo.
Me quedo contigo.