Saber escuchar a otros

 

La vida personal de un obrero del Señor está íntimamente relacionada con su obra.

Por lo tanto, a fin de determinar si alguien es apto para ser empleado por Dios, es necesario considerar su carácter, hábitos y conducta. Esto tiene que ver con la constitución de su carácter y la formación de sus hábitos.

Tal persona no sólo requiere de cierta experiencia espiritual, sino una constitución apropiada en su carácter; el Señor tiene que forjar un temperamento apropiado en ella. Son muchas las características que deben ser edificadas, cultivadas y desarrolladas en un obrero del Señor a fin de formar en él los hábitos apropiados.

Dichas características pertenecen más a su hombre exterior que a su hombre interior.

A medida que estas características se formen en su hombre exterior, éste llegará a ser más útil al Señor. Se requiere de mucha gracia y misericordia de parte de Dios para que esto ocurra. El carácter no se forma de un día para otro. Pero si dicho obrero recibe la suficiente luz de parte del Señor y si sabe escuchar la voz constante de su Señor, Dios por Su misericordia reconstruirá en resurrección un nuevo carácter en él y los elementos naturales e indeseables de su persona serán restringidos y juzgados no teniendo más cabida en su ser.

A continuación mencionaremos algunas lecciones que todos los obreros experimentados del Señor han comprendido y han asimilado. Si alguno carece de alguna de estas lecciones, fracasará en su servicio.

1.  Capacidad para escuchar a otros. Captar y entender lo que ellos dicen.

Ningún obrero del Señor desempeñará bien su función si sólo le gusta hablar como ametralladora, sino que debe aprender a escuchar a los demás y a comprender sus problemas, interesándose sinceramente por ellos, al escucharle, deberá ser capaz de discernir tres clases diferentes de palabras:

Las que la persona expresa, las que intencionalmente reserva y no las dice, y las palabras que oculta en lo profundo de su espíritu.

Nosotros debemos entender cabalmente lo que la persona realmente está diciendo.

Para ello, debemos ser personas tranquilas delante del Señor, con una mente clara y un espíritu apacible. Nuestro ser interior debe ser como un papel en blanco delante del Señor. No debemos tener ningún prejuicio, ideas preconcebidas ni inclinación alguna. Tampoco debemos tomar ninguna determinación en particular ni emitir ningún juicio de nada. Si hacemos esto, lograremos comprender el asunto que la persona está presentándonos.

No es fácil escuchar.

Debemos preguntarnos cuánto entendemos realmente al escuchar a un hermano que trata de explicarnos su problema.

En ocasiones, cuando varias personas escuchan un mismo caso, puede haber distintas interpretaciones del mismo asunto, tantas como el número de personas que lo escuchan.  Sería desastroso si hubiera tantos conceptos diferentes con respecto a una verdad. Saber escuchar a otros requiere de un adiestramiento básico, y entender lo que otros tratan de expresar es uno de los requisitos fundamentales de todos los obreros.

¿Qué sucedería si alguien viniera a presentarle un problema esperando recibir ayuda, y usted no entendiera sus palabras?

¿Qué respuesta le daría si usted malentendiera por completo su problema?

Tal vez le daría una respuesta inadecuada basada en lo que usted estaba pensando los últimos dos días.

No tienen el hábito de sentarse en silencio a escuchar lo que otros tienen que decir. Si un obrero del Señor no sabe escuchar a otros, ¿cómo podría entonces brindarles alguna ayuda?

Cuando otros hablen, debemos escucharlos cuidadosamente y entender lo que dicen. Nuestra función es más delicada que la de un doctor tratando de diagnosticar a un paciente, pues él cuenta con un laboratorio donde puede hacer pruebas que le ayudan a verificar sus varios diagnósticos, mientras que nosotros tenemos que diagnosticar todos los casos sin tal ayuda.

Tenemos que aprender a entender a otros, desde la primera palabra que expresen. detectar claramente su condición y hacer un diagnóstico acertado de su caso,  siendo honestos en reconocer que quizá no somos la persona indicada para ayudar en cierto asunto. No obstante, podemos discernir la posición de otros y la nuestra tan pronto como empiecen a hablar.

2. Tenemos que escuchar y entender lo que ellos no nos dicen. Aprender a discernir delante del Señor lo que las personas se reservan y no declaran, conocer lo que callan y lo que no dicen, es decir, las cosas que debían habernos dicho pero que las ocultan.

Ciertamente, es más difícil percibir las cosas que no se declaran, que las cosas que se dicen abiertamente.

Proyectar pensamientos en ellos, atribuyéndole  nuestras propias ideas y pensamientos cuando en realidad nunca estuvieron en el corazón del que habla, es muy peligroso porque es colocar nuestros propios conceptos e ideas preconcebidas, que son atribuidas equivocadamente a la persona.

Ejercitar un discernimiento claro ante el Señor para comprender lo que la persona ha dicho y aun lo que se ha guardado.

A menudo las personas omiten lo más crucial del asunto y dicen sólo cosas irrelevantes y alejadas de la verdadera situación.

¿Cómo podemos entonces discernir las cosas cruciales de un caso si no son reveladas? Sólo seremos capaces de saberlas si hemos sido disciplinados apropiadamente por el Señor. Entonces tendremos la confianza ante Dios para saber cómo ayudar, exhortar o reprender al hermano. Pero si por no saber escuchar cuidadosamente, entonces es un problema serio que la gente no pueda escucharse. Ni discernir  lo que otros se han reservado, debido a que son muy insensibles. No es posible esperar que tales personas puedan dar “el alimento a su debido tiempo” (Mt. 24:45).

3. Debemos ser capaces aun de discernir lo que las personas dicen en su espíritu.

Discernir lo que llamamos “las palabras que habla su espíritu”. Siempre que una persona abre su boca para hablar, su espíritu también habla. El simple hecho de que la persona esté dispuesta a hablar, nos da la oportunidad de tocar su espíritu. Mientras su boca está cerrada, su espíritu permanece encadenado, y es difícil saber lo que su espíritu tiene que decir. Pero tan pronto habla, su espíritu encontrará la manera de expresarse por más que él trate de contenerlo. Nuestra habilidad para discernir lo que su espíritu dice dependerá de la medida en que nos ejercitemos en el Señor. Si estamos ejercitados, podremos discernir las palabras que ha dicho, detectar las que se reserva e incluso discernir las palabras de su espíritu. Mientras habla, discerniremos cuales son las palabras de su espíritu, y seremos capaces de interpretar las dificultades intelectuales y espirituales que enfrenta teniendo la seguridad de ofrecerle el remedio preciso para su caso.

Ésta es una necesidad desesperada de aquellos que están involucrados en la obra del Señor. Es lamentable que muy pocos creyentes sepan escuchar a los demás. Algunos pueden pasarse una hora entera hablando con un hermano y sin embargo, al final, éste tal vez no sepa ni de qué se le habló.

Nuestra habilidad para escuchar es muy deficiente.

Si no somos capaces de oír lo que las personas nos dicen, ¿cómo podemos oír lo que Dios nos dice?

Si no somos capaces de entender las palabras audibles de los hombres, dudo mucho que tengamos la habilidad para entender lo que Dios nos habla en nuestro interior.

Esto es algo insignificante. Si no le prestamos la debida atención a este asunto y aprendemos a escuchar, seremos incapaces de ayudar a un hermano que se encuentre en necesidad, aun cuando fuéramos asiduos lectores de la Biblia, grandes expositores bíblicos u obreros poderosos. No sólo debemos ser predicadores que hablan; también debemos ser aquellos que pueden resolver los problemas de otros.

¿Cuánto tiempo hemos invertido para desarrollar esta habilidad de escuchar a otros? ¿Han dedicado el tiempo suficiente para aprender esta lección?

Muchas veces las palabras de una persona no corresponden a lo que hay en su espíritu. Muchas personas dicen algo con su boca, pero su espíritu testifica de otra cosa; finalmente, su boca no puede cubrir a su espíritu. Tarde o temprano su espíritu se revelará, y percibiremos la verdadera condición de tal persona.

 

Bibliografía: Watchman Nee “El caracter del obrero del Señor”.

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