De: Diana López / revistaelite_slp@hotmail.com / diana_peke20@hotmail.com
Cuento inspirado por los bellos parajes de Tamasopo, municipio de la Huasteca Potosina. Conoce un poco más de ellos.
Abrí los ojos, encontrándome con un calor abrasador. El ventilador giraba, lanzando el aire caliente hacia la cama. Toda la noche me había costado trabajo dormir.
Me sentía como tortilla en comal. Me levanté rápidamente, entré al baño y observé mi reflejo. No había podido conciliar el sueño en toda la noche por dos razones; por el calor intenso y porque el insomnio llevaba tu nombre.
Como pocas veces en mi vida, me bañé con el agua totalmente fría, sin ánimos de salir de la regadera.
Busqué de entre la maleta la ropa más ligera que tenía. El cabello mojado escurría, mientras mi rostro recién comenzaba a perlarse de nuevo por el sudor.
Tomé las llaves de la habitación y salí a la calle. El autobús esperaba afuera. Era la única que faltaba por incorporarse al grupo.
Me miraban raro. Se les hacía extraño ver que viajara sola. No me lo habían dicho, pero era de imaginarse.
Lo que no sabían, era que no estaría sola por mucho tiempo.
El primer destino no estaba lejos del pueblo. Bajamos del autobús con maletas en mano. Varios niños corrieron delante de mí, encantados de poder disfrutar un rato de tan espectacular lugar y deseosos de entrar al agua.
Los miré con esa nostalgia que ya habitaba mi rostro. Porque hubo un futuro así entre los dos.
Contemplé maravillada ambas cascadas, que poseían una altura no mayor a los 20 metros y cuyo desemboque terminaba en un paisaje imposible de admirar. El agua azúl se extendía ante mis ojos en diversos desniveles, acompañada de pequeñas rocas lisas que arrastraba a su paso por unas más grandes que estaban al fondo del cauce del río.
La cámara de fotos no paraba; quería comerme con ella cada rincón de tan bello lugar. Finalmente regresé a dejar todo en el autobús, lista para nadar un rato.
Busqué el lugar más cómodo y solitario para zambullirme. El sonido al contacto del agua con mi cuerpo se perdió mientras me adentraba en lo profundo del río. Pronto, pude atisbar el fondo, lleno de enormes rocas cubiertas de musgo. Llegué hasta ellas y tomé el impulso necesario para regresar a la superficie. Me mantuve así un rato, memorizando cada detalle.
Volví a adentrarme y de repente tomaste mi mano. Volteé sorprendida. No te esperaba tan pronto. Sabía que no te quedarías mucho tiempo y aguanté lo más que pude para nadar contigo, recorriendo la parte interna de las cascadas. Antes de regresar, soltaste mi mano y me asentiste con la cabeza.
Salí del río con tu presencia en cada partícula de mi ser. Paseé por los alrededores con el sonido de la cascada como complemento de mis recuerdos.
La siguiente parada correspondía a una poza extraordinaria, llamada “Puente de Dios”. Un cauce de río que desembocaba en una cascada cuya caída era una poza profunda, de 20 metros.
Esta vez, la cámara permaneció guardada. Ya no había nada que fotografiar.
Simplemente, me zambullí, sin hacer caso de las recomendaciones de los encargados de vigilar a los paseantes del lugar. Sólo tomé aire y salté.
Una vez dentro, te busqué.
Salí varias veces a la superficie para tomar aire y entrar de nuevo. Pero no tomabas mi mano. No recorrías el sitio conmigo.
Desesperada, me adentré aún más. El oxígeno albergado en mis pulmones se sentía menor.
De pronto, una luz brillante surgió en la superficie. Tomé impulso y me acerqué. Tu silueta flotante fue cobrando forma conforme llegaba.
-Tardaste demasiado- repliqué jadeando al salir del agua.
-Es que el tiempo es relativo. A partir de hoy, lo tomamos como queramos.
Tomaste con tus manos mi cintura y me miraste. Tus ojos preguntaron “¿Para siempre?”
Y así, nos volvimos a zambullir.