En realidad, el pueblo de Israel ha tenido una gran persecución contra la iglesia a lo largo de la historia por lo que fue esparcido provocando, la propagación del evangelio de Dios que llevaban consigo, haciéndolo prevalecer.
Una iglesia que no emigra se convierte en un “mar Muerto”. Este mar recibe el agua del río Jordán que una vez que llega a su destino, se estanca. Se debe cavar un canal que permita que el agua fluya.
Entre más agua salga, más agua entrará.
Entonces, ¿contra qué lucha el hombre?
Contra el arraigo y el acomodo y la falta de visión.
La cantidad de agua que sale depende de la cantidad de agua que entra. Si en una manguera abierta tapamos la salida, el fluir del agua se estancará, no entrará más agua.
Por nuestro propio bienestar, al dejar el arraigo se deja la identidad, todo concepto esclavizante y también toda amargura, se deja lo material que nos corrompe y distrae para comenzar de nuevo; se aprende a hacer nuevos negocios y también nuevas amistades. Nos da por saludar con más afecto porque valoramos que lo único que tenemos, es más de Cristo.
No tenemos nada y no nos vamos a llevar nada, más que la salvación, la regeneración, la crucificción, la resurrección y la transformación adquirida en vida porque no somos más que servidores de la voluntad de Dios. Sí para Él vivimos, también para Él morimos.
El evangelio no se propaga por medio del entusiasmo, de las ideas o de organizacón. En cuanto queremos dar una idea (opinión) mostramos la propia inmadurez espiritual.
La historia muestra, que la persecución de la Iglesia ha llevado a la humanidad a llenar hasta lo último de la tierra.
Hemos visto, que siguiendo las pisadas de los hijos de Dios que han salido a predicar el evangelio, el crecimiento y desarrollo de la política, los asuntos militares, la cultura y el comercio, reflejan la influencia de estas pisadas.