Las memorias de Orquídea Cruz con su padre

Papi 1

“Para mandar hay que saber obedecer”

Eran las palabras que escuchaba desde muy chica en la boca de mi padre el General de Brigada Gabriel Cruz González; él las recitaba cada vez que yo intentaba rebelarme y se fue convirtiendo en lema conforme transcurría mi adolescencia.

Yo no podía ver en estas palabras su gran verdad porque en mi interior, no buscaba desobedecer sino comprender el porqué de sus decisiones. Cosa que no permitía se le argumentara.

Pero en el fondo mi padre no era tan autoritario como parecía, me encantaba escucharlo sonreir.

Tengo tantos recuerdos agradables que prácticamente anulan su actitud militar y discutidora sobre temas histórico-filosóficos de los cuales gustaba hablar y hacía, como parte de su cotidianidad.

Y digo anulan porque mi padre fue mucho más que eso.

Papis y yo 1

Cuando yo nací él, ya era Capitán 2o. en el Ejército, a los dos años nació mi “hermanito”. Tiempos muy difíciles les acontecía a mis padres al recibir al “nene” con lesión cerebral, quien vivió durante cinco años. Repaso cada día que transcurría como mío. mi mente fotografió cada instante de mi vida en familia, y por supuesto a quienes nos visitaban para aligerar la carga moral; Oziel, Rafa y mi “Príncipe” Rubén, primos hermanos de mi padre a los que nunca he llamado tíos sino primos por su juventud física y de carácter, y a quienes admiro y quiero muchísimo.

Cada persona piensa y actúa de manera diferente ante las adversidades. Puedo ver la mirada triste de mi madre sentada a un lado de la cuna del bebé, yo, en el piso de madera de mi recámara sobre un tapete, haciendo ejercicios de yoga que veía a través de un cuadernillo, y mi padre ausente. Cuando él llegaba, yo ya estaba dormida y algunos domingos lo veía, si no estaba acuartelado.

Una noche,  noche que no volví a ver a mi hermanito, esperábamos mi mami y yo con gran desesperación a que papá llegara, porque debían llevarlo al hospital, el nene ardía en fiebre y lloraba sin parar, había dejado de comer y mi mami no podía consolarlo. Yo me enteré de su muerte un año después. Esta ha sido la única gran mentira que mis padres cometieron conmigo “por mi bien”, consideraban que debía madurar un poco más para entender que el nene ya no estaba con nosotros. Cuando yo preguntaba por él me decían _sigue en el hospital, lo fuimos a ver cuando tu estabas en la escuela_, quizás, para no extrañarlo tanto al paso del tiempo y para recibir la venida de mi nueva hermanita. Muy valiente fue mi madre al desear con tanto fervor el que yo tuviera una infancia normal, alguien con quien pudiera jugar, gritar, reír. Ella me decía _Ahora si “mija” puedes hacer todo el ruido que quieras_ solo que yo ya había sido formada a pisar de puntitas, a no prender luces en la noche, a abrir y cerrar el cerrojo con mucho cuidado, todo para no hacerle ruido y despertar a mi hermanito.

El deseo de mi mami era muy sincero, pero no contaba con la realidad que yo comenzaría a vivir al momento de saber que Gabrielito ya no regresaría a casa. Lloraba en todos los rincones de la casa y sobretodo al escuchar la canción de Mario Cavagnaro Osito de felpa que interpretaba Julio Jaramillo el cual estaba de moda en la estación de papá, Radio Centro.

No recuerdo mi edad exacta pero sí, cuando mis pas’ se ponían a bailar en la biblioteca de la casa, con una música muy suave que me dormía, sentada en el sillón de la “salita” y luego mi papi me llevaba cargada a acostar a mi cama, sus brazos me hacían sentir segura; yo me hacía la dormida. Así también aprendí a escuchar su música, a disfrutarla y a vivirla en armonía viendo un testimonio claro de amor y romanticismo de mis padres.

A mis 7 años de edad comenzó otra etapa de mi vida, una gran tristeza me convertiría en una niña tímida, callada y distraída. a mis padres los recuerdo como mi única seguridad, no confiaba en nadie y mucho menos en Dios, en quien supongo si creía porque desde la ventana, con mi vista al cielo, yo le reclamaba por la vida de mi hermanito. Mi introspección era tan grande que comencé a crecer con la idea de no casarme ni tener hijos.

La relación con mi padre se tornaba interesante, debía participar ayudándole a bolear sus botas o a “sidolear” su botonadura, evillas e insignias que llevaba en su uniforme, o cuando le tocaban las prácticas en las serranías en las que andaba kilómetros; yo le curaba sus ampollas y daba masajes a sus piernas con iodex.  Ver a mi padre cansado me enseñó a valorar su oficio como soldado, sentarme en el jeep oficial duro como piedra y en el que saltaba como canguro que en su momento me era gracioso, pero al tiempo, comprendí que los soldados no viven en un lecho de rosas y que para forjarlos guerreros debían eludir comodidad alguna.

Soy descendiente de militares, bisabuelo, abuelos, padre y otros familiares de papá.

Y a los 8 años de edad viví la otra cara del movimiento estudiantil del 68, Mi padre era militar donde estuvo acuartelado en Estación Lechería, estado de México, sin embargo visitarlo era toda una odisea, riesgo que corríamos mi mamá, mi hermanita y yo con tal de saber que él, se encontraba bien.

En los años 70 mi padre entrenaba al equipo de futbol del Regimiento de Ingenieros de Servicio (RIS)  y también un equipo de mujeres de entre 12 y 18 años de edad, pertenecientes a un barrio cercano, estaba de moda el futbol femenil debido al mundial México 70, fue aquí donde mi padre y yo estuvimos muy cercanos ya que él me llevaba a entrenar con su equipo femenil varios días de la semana.

Todo estaba bien, hasta que de un pase largo debía recibir el balón con la cabeza, con suficiente fuerza debía pasarla a otra compañera y no lograba hacerlo bien. _es que soy femenina_ le respondía a mi padre, no se si muy a sus adentros le hacía reír tal respuesta, pero para mi, era suficientemente justificada, por lo demás me encantaba ese deporte.

Esta fue una gran etapa de convivencia en el que “el Regimiento” era parte de mi vida, en fines de semana ayudaba en cocina a hacer hot cakes a los soldaditos y veía los partidos observando las estrategias de papá como entrenador. En temporada navideña se entregaban los juguetes a los niños de los soldaditos y yo le ayudaba a hacerlo. Aprendí a verlos como lo que son, seres humanos

Mi papi llegaba a comer y de regreso al trabajo me iba con él para entrenar con las chicas del barrio. esto me hizo aprender a socializarme con un grupo de mujeres guerreras, bravas y muy nobles y disciplinadas, subcampeonas en la liga, en el que las campeonas eran estudiantes de la Escuela Nacional de Educación Física (ENEF).

Mi papi fue Necaxista (sí con mayúscula) de corazón, pero a pesar de que veía cada partido existente durante las temporadas, era frío y calculador, nada fanático, porque reconocía a los buenos jugadores de cualquier equipo y más sólo observaba, tal vez una mueca cuando un jugador cometía errores técnicos. Nunca maldijo a nadie como el común denominador de los fanáticos quienes si tuvieran la bola harían lo mismo. Ellos ensalzan al jugador cuando va ganando pero cuando no, se convierten en los peores tiranos ofensivos.

Así aprendí a ver el futbol, hasta que un día ya en la universidad no presenté un examen parcial de la materia de filosofía de la educación por la confianza de que llevaba diez, y me fui a ver (yo solita) a mi casa el partido de México contra Túnez en el mundial de Argentina 78. ¡Ohhh sorpresa! Perdió México 4-0. Y tenerle que decir a mi padre el porqué me habían reprobado ya que mi profesor (argentino por cierto) me preguntó la razón y yo no mentí. Él se enojó reprobándome con cero, contándome dos parciales en lugar de uno, dando un promedio de cinco y me mandó a extraordinario. Este fue el último juego de México que vi completo, porque me di cuenta que me estaba haciendo fanática. Hoy solo me entero, como de que acaba de perder México contra Chile 7-0 en la Copa América. En esto nada ha cambiado, para mi ya no es novedad.

Mi admiración por mi padre crecía grandemente conforme pasaban los años. Él, por su formación tanto familiar como militar no sabía dar un beso a sus hijas, siempre ponía el cachete para que nosotras se lo diéramos, (sin embargo si era cariñoso con mi mamá). Todavía recuerdo que hice guardia en unas vacaciones que vinimos a San Luis Potosí a casa de mi abuelita, yo tenía doce años. Una de mis primas “la nenota” (por su estatura), le decía a mi padre que porqué no le daba beso; que, qué de malo tenía, dio lata todo el tiempo hasta que logró que mi padre le diera un beso en la mejilla. Entonces yo lista, le dije que así nos lo daría de aquí en adelante a mi hermana y a mí. Y así fue, a querer y sin ganas mi papi aprendió a saludarnos de beso (esto se lo debo a mi prima preciosa). Recuerdo que mi hermana y yo jugábamos competencias para llegar a darle su beso a papá cuando llegaba a comer del trabajo, desde al comedor  y el pasillo hasta la entrada. Todavía más antes, cuando llegaba del (RIS) por las tardes yo corría a su buró por sus pantuflas para ponérselas en su silla frente a la televisión. Era tan satisfactorio atenderlo.

Muchos momentos habían que compartir en familia, incluso tareas en las que mi papi participaba para ayudarme, no se diga temas en los que él se apasionaba como la historia y la literatura o ver en la televisión Sábados con Saldaña en el que salía mi “tío” Alfonso Sierra Partida, literato quien compartía un espacio llamado “Sopa de Letras” con grandes estudiosos de la Lengua Española; desde la una de la tarde hasta las once de la noche se hicieron veladas culturales, sociales y musicales muy identificables con canal 13 de México, éste era un programa interactivo nunca vuelto a imitar porque las personas eran quienes lo hacían. Podías tocar tanto a los artistas como a los hombres y mujeres cultos. Así en la Casa de la Nostalgia de Jorge Saldaña o La Cueva de Amparo Montes. Momentos muy al estilo DF. 

Papis y yo 2

Los domingos eran de futbol, yo hacía el desayuno mientras mis papás se levantaban y a las once se prendía la tele; me es tan familiar escuchar a los comentaristas. Algunas veces me invitaba mi abuela Ofelia al templo. Ella me gritaba por el patio de en medio  y me decía que le pidiera a mi papá permiso para ir, yo le preguntaba a mi padre y el me contestaba _pues ve si quieres ir_. Yo le decía a mi abuela que no y ella suponía que no me daba permiso, así le hice la mala fama a mi papá, aunque a veces si iba, aún me incomodara el que todos volteaban para verme, yo me sentía un bicho extraño.

Cuando cumplí VX años, yo no quería fiesta sino un auto dinalpin que mi pa’ me había prometido comprar. Ya me veía llevándolo a la “prepa” con mi mejor amiga, Marisa a la que recogía todos los días. Un día llegó papá del trabajo diciendo que había visto un accidente, una chica muy parecida a mi y con un carro como el que yo quería, no pude dejar de reír a pesar de que en mi interior sabía que no tendría el auto de mis sueños. así que él decidió hacerme fiesta, su fiesta, que me festejaron tres meses después.  Mis chambelanes fueron cadetes del Colegio Militar,  mi pastel y mi vestido todo lo escogió él, menos el color… eso sí yo quise que fuera blanco. Eso le llamó mucho la atención y me preguntó _porqué blanco_, yo le dije _porque no me voy a casar_, y soltó la carcajada diciendo _está bien_.

Esta fiesta fue mi pretexto para que amigos pudieran entrar a la casa, él decía que como no tenía hijos no habría más hombres en casa y que no permitiría me visitasen, mi hermanita estaba chica por lo que por el momento no se refería a ella. Fue así como fui presentada a la sociedad. con palabras de mi padre muy bellas que aún repaso en mi mente y el mi corazón.

“Venimos mi esposa y yo ante ustedes, con el pensamiento despejado, la garganta cantarina y el corazón embargado por la emoción, a presentarles a nuestra hija Orquídea, que como su nombre lo expresa; con la fragancia de esa flor, la alegría de sus XV años y la madurez de que ha sido guiada dentro de su hogar por la senda que hemos considerado la verdad; sean testigos de este acto. Acto que se manifiesta en un festival que sirva también, para darle consejos por la vida que hoy inicia.

Para que vayas por la  vida regando el camino de claros ensueños, de luz y amor; Sintiendo el milagro que tiemble en el trino el mágico embrujo de un suave fulgor.

Para que vayas por la vida, llenándola de ensueños, abras surcos nuevos y los hagas florecer, para que pongas en el paisaje los tintes risueños que tiene el encanto de éste para ti, nuevo amanecer”.

Mi querida tía Ofelia, soprano,  cantó una canción que me dedicó mi padre, “muñequita linda”  así como “Perdón”  canción que me dedicó mi madre.

Y después, ¡el vals con mi papi!

Costumbre era sacarlo a la pista en toda fiesta a la que asistíamos en familia. Después de dos piezas, se lo entregaba a mamá, así nunca me quedaba sentada y mi mami tampoco porque le hacía sentir feliz que yo hiciera eso. El baile se me daba, siempre quise practicarlo profesionalmente. El tango por ejemplo me parece sumamente elegante, necesitas porte para lucirlo.

Y corté el pastel con el espadín de una de las personas mas importantes en mi vida, el único hombre aceptado por papá. Con el tiempo puede ver que los padres nunca se equivocan, pero como lo dijo mi padre con sus palabras hacia mí, yo apenas iniciaba una vida y estaba distraída queriéndola vivir diferente a una relación que mas que a futuro parecía del presente.

Durante mi preparatoria y parte de la universidad practicaba equitación en el Campo Militar No. 1 y en otras ocasiones en el Campo Marte, fue otra etapa hermosa en la que convivía mucho con papá, él me acompañaba a las comidas con personajes del salto hípico (jumping) y se sentía orgulloso de que yo pudiera vivir este arte de montar a caballo como mi gran pasión. Una última caída después de muchas, me dejó fuera casi seis meses de la equitación.

Así crecí, muy parecida a mi padre, muy apasionada, con un pensamiento “libre de religiosidad” y sin ataduras, pero sin Dios, al menos eso era lo que que yo creía pero en realidad me estaba convirtiendo en una esclava del enemigo de Dios,  “hacía el bien por mi propio bien”, bueno eso creía. consideraba que mi Dios eran mis padres a quienes si podía ver y quienes nunca me harían un mal, los endiosé, hasta que la vida me dio un mal trato por tomar decisiones equivocadas.

Cinco años más y desvié mi camino. Miré donde no debía mirar y di pasos hacia atrás pisando terrenos escabrosos, poco dignos, “sin Dios el pueblo se desenfrena”. Hoy me queda suficientemente claro.

Mi gran error, no ser determinante para decir no, por el contrario todo parecía ser fácil y creía que siempre me salía con la mía, comencé a aventurar, a hacer cosas nunca hechas, y me deje llevar por vientos de doctrina y filosofías interminables que más bien traen disputas; la bohemia, la vanidad de mi mente y el, “yo solo se que no se nada”  que es lo mismo que nada, en el que según yo no hacía daño a los demás, todo esto me envolvió en una total irrealidad e ignorancia de mi misma. Cada vez me hundía más hasta tocar fondo sin entender porqué había llegado hasta ese punto, y sin poder echar culpas a nadie porque eso era de lo único que si estaba consciente, todo había sido mi propia decisión total y absolutamente.

Perdí la relación con mi padre, me dejó de hablar un año completo, “me desheredó” porque no quería saber de mi. Mi madre, mi amiga, entre la espada y la pared. Comencé a vivir la verdadera soledad, esa en donde no hay paz ni certidumbre, donde todo a tu alrededor es efímero, vago y triste.

Mi padre enfermó en la ciudad de México y mi mami me mandó llamar, quería que lo visitara en el hospital. Yo no tenía cara, no podía mirarlo a los ojos, le había desobedecido, pero fui. Que duro es mirar tu casa y entrar por una puerta a la que buscaste no pertenecer, la que despreciaste, la que algún día fue tu hogar y ahora parecía ajena.

Acompañé a mi mami al hospital muy temprano esa mañana, había un sol radiante, si no mal recuerdo era mi estación favorita… primavera. A las siete lo estarían preparando para una operación mayor y a las ocho el traslado a quirófano. Ella sólo tenía un pase y me lo dio para que entrara a verlo, debo decir que me había convertido en una cobarde y le dije, adelántate y dile que yo estoy aquí. Me quedé abajo esperando largo rato, suficiente para comenzar a pensar que él no me quería ver. Cuando de repente se abren las puertas del elevador y veo a mi papi saliendo de él. Entonces corrí a abrazarlo pasando por toda seguridad sin importarme nada. Perdóname le dije, sólo me abrazó y me dio mi beso. Nos sentamos en un área de espera y comenzamos a platicar como si nada hubiera pasado.

Aún así seguí mi propio camino tratando de enderezarlo y cayendo una y otra vez, pero lejos, entonces no me veían, mas no sentían, en alguna ocasión dejé de verlos por cinco años, me arraigó tanto la ciudad donde vivía como mi manera de vivir.

Puedo vaciar al caño siete años de mi vida sin ningún problema, y me avergüenzo, pero puedo asegurar que debía vivirlos para valorar a quienes son mi verdadera familia y a Dios como mi protector, de quien me había escondido.

Cuando yo recapacité, mis padres habían enfermado,  sabía que sería yo quien los cuidaría, Dios me destinó a mi para darles ese amor faltante que por ser una hija prodiga no les di en su momento.

Y sería yo, la que los traería a mis padres de regreso al Señor porque también en su momento, perdieron el camino aunque no lo pareciera.

Cuando se ve a alguien rodeado de comodidad  pareciera que está bien, pero en realidad, sin Dios no hay nada, cuando nos volvemos a Él y Él se reconcilia con nosotros, entonces, somos encausados por el camino angosto para abrir la puerta estrecha. Por este camino se avanza lentamente logrando un equilibrio, y se entra por una puerta que solo nos deja mirar, hacia adelante.

Invocar el nombre de Cristo frente a mi padre con autoridad, fue su mayor impresión, al grado tal que me dijo antes de partir, que eso, lo que le había dicho a la enfermera (el plan de salvación), él también lo creía. Y así tuve paz, que como guerrera montada en el caballo blanco, aseché cada día contra el enemigo que traía dentro, quien lo había distraído del amor de Dios casi toda su vida para que le diera la vida eterna, como respuesta a Su promesa de que yo y mi casa le serviremos.

Oramos una hermana en Cristo, Lety y yo para entregarlo a la Iglesia. Al Cuerpo de Aquél que habrá de venir, y mi padre partió. Antes le pude decir _Te amo papá_ y él me contestó _Yo también te amo_.

Yo

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