Por General Brig. Gabriel Cruz González
(Continuación)
Soy una aedo en el ática, errante,
Y a la vez, soy quijote que sobre rociante
Va hacia la tierra esplendida de un ideal:
Mi pluma no florece con los arcades buenos
Mi pensamiento corre por los cielos serenos
En la historia que busca la inmortalidad.
24/XII/95 En el sabroso y ameno libro “Viajes al siglo XIX”, de Enrique Fernández Ledesma, encontramos que la reunión “cafetómana” más importante de aquellos tiempos, del famoso café El Veroly –más tarde café De la Concordia- que existió en la hoy esquina de Isabel la Católica y Madero, en la Ciudad de México (CDMX), por lo cual transcribimos el
interesante relato;
“El café Veroly era, en el México de 1833, el refugio despreocupado de nuestros tatarabuelos y la meca de los provincianos… clavados en sus asientos, con el chocolate frío y absortos ante la contemplación de lo que aquellos llamaban el gran mundo…”
“En el Veroly se oían los comentarios de la gente de pro en materias literarias. Hablándose de la Academia de Letrán y de sus miembros; lanzábanse juicios sobre Ortega, Pesado, Couto, Calderón, Lacunza, Ramírez, Prieto y Gorostiza. Circulaban de mano en mano los tomos de “Año Nuevo”, publicados por Rodríguez Galván y que eran entonces el más cumplido florilegio de los poetas en boga…”
“Aparecían a menudo, armando jubilosas grescas, embozados en sus capas o en sus barraganes, algunos personajes de la Academia: Gorostiza siempre en pos de empresarios y actrices” (apellido y actividades que es otra curiosísima coincidencia en nuestra época, apuntamos nosotros).
“Toniat Ferrer”, suspirante y desvergonzado, mascullando traducciones latinas; Calderón celebrando a gritos un nuevo asunto para el nuevo drama; Joaquín Navarro perdiéndose en exaltaciones de dialéctica prosódica; Carpio explicando, con vehementes gritos los misterios de Jerusalén; Prieto deslizando, entre copla y copla, sus “aventurillas” del arroyo y; José María Lacunza, declamando y entonando con su voz, los ámbitos del café Veroly…”
Orgullo de arquitectura barroca de México, fue el célebre Palacio de los Condes de Miravalle, en la calle del Espíritu Santo No. 8, hoy Isabel la Católica No. 30, en el que se instaló en 1846, el Ateneo Mexicano, sitio de reunión de los Condes de la Cortina, Lucas Alemán, Ignacio Cumplido, José María Lafragua y Lorenzo de la Hidalgo.
En el café El Águila de Oro, en la época de la Reforma, se reunían Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Juan José Baz y el general Sóstenes Rocha, en la misma época juarista en el café Concordia, cobijaba las reuniones de Lerdo de Tejada, Altamirano, José María Iglesias y el general Vicente Riva Palacio.
En 1851, se estableció en dicha casa, el hotel de El Bazar, que funcionó como hasta 1930 y que fue famoso además, por su fonda y café instalados en la planta baja, en el que se sirvió un banquete de bienvenida por los literatos liberales y conservadores, el 18 de marzo de 1855. Al poeta español José Zorrilla, que emocionado juró jamás traicionaría la hospitalidad mexicana, juramento que quedó en mera expresión literaria.
Asombro, discusiones, sorpresas e inquietudes, suscitaron en aquella lejana época, de sociedad pecata y santurrona, las algarabías y excentricidades de los “cultos y cultas”.
Lo mismo antaño que ogaño, capaces de todos los aspavientos y desmanes con tal de convertirse en el centro de toda discusión.
Aun cuando para ello pontifiquen y lleguen al absurdo o la necedad en las modernas pláticas de cafés, en las que todos los días, se ganan batallas, y se “arregla el mundo”.
Pero aunque todo esto sea en la imaginación, siempre es bueno porque se conoce el sentir de la problemática social y se desarrolla una amplia gimnasia mental.
Yo voy por los caminos indiferente,
Los ojos al ocaso, mi lámpara en la mano,
Buscando el ritmo de la escondida fuente
Del conocimiento, la razón en el arcano.
(Sinuhé)