Salí de la tina y me envolví en la bata. Miré el espejo empañado y percibí mi reflejo en él. Entonces apareciste y limpiaste el espejo, dejando al descubierto la imagen de ambos, mientras apoyabas tu cabeza en mi hombro y me sonreías a través del reflejo.
“Habíamos acordado que no ibas a regresar”.
Te observé y recordé cuánto me gustaba cada facción, cada parte de tu rostro… A mi mente regresaron los recuerdos de aquellos años en los que pensábamos que nos esperaba la eternidad. Recordé tus risas por aquellas películas de comedia que nos encantaban, tu silencio a la hora de comer, tus abrazos por las noches, y esa manía de rascarte la cabeza cuando estabas concentrado trabajando… Y entonces, me ganó una emoción que me había prohibido volver a sentir por ti…
Pero logré contenerla a tiempo, te devolví la sonrisa, y de la manera más suave que pude, me zafé de tu abrazo y salí del baño.
Sobre la cama estaban las rosas más hermosas que había visto. Seguro batallaste para encontrarlas, pensé mientras me iba secando el cabello y recogía la ropa del suelo. Aspiré tu camisa para encontrarme con ese aroma tuyo que tanto me encantaba. Estuve por caer en el sentimiento de nuevo y la arrojé a la cama cuando te escuché salir del baño y dirigirte al comedor. Respiré profundo varias veces, con los ojos cerrados, tal y como aprendí a hacerlo desde que te fuiste de mi vida.
El último respiro fue el más largo, y salí vestida con mi mejor sonrisa y las rosas en la mano. Tú llenabas dos copas de vino, pero yo las puse sobre la mesa y te abracé, acercándome cuanto pude a tu boca… Pero no te besé.
“Pues resulta que nadie es indispensable…”
Entonces tomaste una pequeña caja de joyería que estaba sobre la mesa, te volviste hacia mí con esa sonrisa nerviosa que logró derretirme por mucho tiempo y me sostuviste la mirada…
“Y planeabas regresar como si nada… Con tu cara de perdón”.
-Qué bueno que viniste-, te dije, con la voz temblorosa. –Ese día que te fuiste, me quedé…
-Shhh-, me interrumpiste y besaste mi mano. Después, te arrodillaste mientras abrías la cajita, dando paso a uno de los anillos más hermosos.
Y volví a la emoción, me envolvió la nostalgia y el sentimiento. Y contuve una lágrima. Te ayudé a levantarte y volví a acercarme a ti lo más que pude… Pegué casi mis labios a los tuyos y susurré…
“Qué bueno que volviste… Tenía muchas ganas de decirte… que no”.
Upssss!!! Que buen escrito Dianita, fascinante, se queda corta Corin Tellado.