Una vida desaparece trágicamente. La tragedia es repentina e imposible de sobrellevar, tanto que alguien, en busca de un consuelo ante el insoportable sufrimiento, busca las huellas que esa vida truncada dejó y termina encontrando un horizonte nuevo e inesperado.
Las películas Revenir (Jessica Palaud, 2019) y El repostero de Berlín (Ofir Graizer, 2017) son muy diferentes; sin embargo, tienen al menos dos cosas en común: ante la tragedia y la ausencia el amor va abriéndose paso para unir unas hebras de vida con otras y en ese camino encontrar la curva de lo inesperado y son historias hondas y sencillas que transcurren casi en silencio.
El silencio parece expresar todo aquello que es importante y que no es del todo necesario decir. El silencio puede contener la gran profundidad que las vidas aún no han podido encontrar y es posible franquear su muro simplemente con una mirada o una caricia.
En la primera la historia sucede en una granja en Francia a la cual, ante la muerte de su hermano, llega Thomas. Viven allí su padre, su madre gravemente enferma, así como la esposa de su hermano y su hijo. En ese horizonte de desolación, con una granja casi en bancarrota y vidas marcadas por la imposibilidad y la tristeza, poco a poco va sucediendo algo que nos permite albergar una esperanza.
La esperanza es aquello capaz de surgir y crecer precisamente allí donde no parece haber nada que pueda alimentarla.
La segunda historia tiene lugar primeramente en Berlín y luego en Jerusalén, pero más que esas ciudades los escenarios son un departamento y un café.
Thomas (el personaje central tiene el mismo nombre en ambas películas) es repostero en el café Kredenz, de Berlín y entabla una relación amorosa con Oren. La tragedia le hará conocer a Anat, esposa de Oren.
La inocencia
Las circunstancias simplemente surgen. Muchas veces no son posibles de imaginar, de adivinar, pero un buen día están allí.
Llevadas por lo inesperado tragedia e inocencia parecieran conectarse. Ambos personajes centrales tienen eso en común, la inocencia, el encontrarse de pronto frente a la súbita adversidad y al vacío de aquello perdido.
Todo parece concluir en ese momento, sin embargo no es así.
En ambas hay además un entorno adverso: la situación económica en Revenir y el judaísmo ortodoxo en El repostero de Berlín, que surgen como una jaula que aprisiona, de uno u otro modo, a los personajes. Así, por debajo de las historias de amor hay otras menos enunciadas, pero no sin embargo muy presentes.
El lugar
Enfrentada a un vacío que parece imposible de comprender y soportar una vida parece haber llegado a su límite; tal límite la obliga a internarse en la búsqueda de las huellas que ese otro ausente dejó de pronto y al hacerlo viene a llenar de nuevo ese lugar pero le aporta algo propio. Hace suyo el espacio del otro al mismo tiempo que lo cambia y enriquece, transformándolo en otro lugar, uno posible de habitar nuevamente.
La vida se reconstruye a sí misma valiéndose de los destinos de las personas y también valiéndose de la esperanza.
Vida y esperanza parecen prevalecer por sobre la adversidad y, como un árbol talado del cual afloran minúsculas hojas verdes, lentamente, elevan a esa esperanza a una nueva altura que la convierte en el punto de vista desde el cual todo es percibido.
De pronto alguien sonríe, de pronto alguien hace el amor o se interna en las calles de una ciudad lejana buscando al ser a quien ha comenzado a amar.
Grandes historias y pequeñas historias
Como una mágica trama la vida se teje y reconstruye a sí misma. No parece necesitar para eso más que seguir un impulso, persistir en él y aguardar a que algo acontezca.
La vida consiste precisamente en la posibilidad de que lo nuevo suceda casi de la nada.
Aunque transcurran en la soledad de una gran ciudad o en una granja, aunque parezcan no tener ilusiones, todas las vidas son la vida y todas las historias de amor son el amor.
La soledad y el silencio finalmente se abren al descubrimiento y se hacen grandes no importa donde transcurran.
Adversidad y esperanza han ido juntas pero es la esperanza la que tímida y decididamente se impone.
Eduardo Balestena