De: Diana López / revistaelite_slp@hotmail.com / @RevistaEliteMx / diana_peke20@hotmail.com
Recuerdo que las teclas de mi computadora se movían bajo mis dedos, demasiados habituados ya al tecleo de esas charlas diarias contigo.
La noche me envolvía poco a poco. La oscuridad del cuarto ya era total, pero no interrumpí nuestro diálogo, hasta que un reflejo sobre el piso me hizo voltear.
La luna brillaba de manera extraordinaria. Me levanté y pedí por ti. Pedí por los dos.
Saqué los besos guardados para ti, acumulados noche tras noche que te soñaba, que te hablaba y pensaba eternamente.
Tomé el celular y te llamé.
-Ojalá veas la misma luna que me invade hoy a mí.
Lanzaste una pequeña sonrisa, lo suficientemente fuerte para que sonara como un susurro. El corazón se me detuvo. Escucharte era la mejor parte de esos ratos de charla.
-Veamos…grande, redonda y muy, muy blanca…sí, creo que es la misma que ves tú.
“Cada noche la mando a cuidarte, a decirte que pronto estaré ahí por siempre”, pensé.
Y así, nos despedimos como siempre…yo deseando que la noche fuera más larga, y tú… estuvieras para alegrarla.
Las gotas de lluvia golpetean continuamente la ventana del autobús. El frío se cuela por todo mi cuerpo. Busco el calor y me acurruco en el asiento. Cierro los ojos y al abrirlos de nuevo, la lluvia ha parado y la noche cae sobre el camino que comenzaba a vislumbrarse lleno de vegetación.
Y la busco.
Pero hoy no está. Hoy, esa luna que vi para ti, brilla por su ausencia. Quizá, porque sabe que estamos cerca.
De pronto, me llega un mensaje tuyo. Lo leo, y esa sonrisa que siempre causas en mí, me invade el doble ahora.
Finalmente, el autobús se detiene y bajo, aspirando el mismo aire que tú. Llena de energía, tomo un taxi y me dirijo a ese hotel que mencionamos entre risas y planes tontos hacía algún tiempo atrás.
El cuarto era todo lo que necesitaba. Dejé las maletas en la entrada y abrí la puerta del balcón. Tu ciudad se extendía ante mis ojos.
Y así, en la oscuridad, repetí tu nombre, ansiosa de verte al amanecer.
De repente…una respuesta. Mi nombre salió de esa voz que tanto tiempo anhelé escuchar. Di la vuelta y tu silueta se acercó poco a poco a mí.
-¿Cómo fue qué…?. Comencé a decir.
Pero tú ya estabas a mi lado. Observé lo alto que eras. Aspiré ese aroma que era tuyo. Mejor de lo que imaginé. Me sonreíste y lentamente pusiste tu mano sobre mi rostro. La tomé con la mía y te miré a los ojos.
Ambos sonreímos.
En ese instante, la luna se asomó, alumbrando dos almas llenas de sentimiento por el otro. Uno que se escondía, limitado por espacios inmensos que ahora se reducían a la nada. Sentía el latir de nuestros corazones al unísono.
Movimientos imperceptibles entre los dos.
Fueron kilómetros de distancia. Ahora, tu aliento y el mío se fusionaban antes de que mis labios encontraran ese espacio en los tuyos.
La distancia fue larga, porque no había palabras suficientes que la acortaran.
Hoy, esas palabras sobraban.
Hoy, ya pude dejar de necesitarte.
Porque ya abrazaste mi vida.
Mi esencia.
Mi todo.