Costumbres

Costumbres

 

 

El ruido externo no me dejaba concentrarme por completo. No era el papel que hubiera deseado, no era la ocasión que yo esperaba, la tinta que yo buscaba derramar, ni las letras que quería plasmar.

Era un sol de mediodía, cayendo sobre un lugar nuevo donde nos concentramos por un breve momento. No fue suficiente, por supuesto, pues una vez más, la angustia se ceñía a mi alma, y mi alma, se vaciaba con este sentimiento. Cerraba los ojos buscando las palabras que se congregaban a montones en mi  mente y no lograba alcanzar para bajarlas en aquel pedazo de hoja. Inspiración no me faltaba, era sólo que tenía en esos órganos responsables del amor todo tan fresco… tan perfecto, tan efímero.

Tuve que abrirlos porque los párpados comenzaban a arderme. “¡Rayos! El maquillaje”, pensé tontamente, buscando desviar mis pensamientos de esa oleada de emociones que hacía tiempo no sentía.

Tocaron a la puerta y me sobresalté, maldiciendo por dentro y abrochándome la bata de baño, pensando que eras tú, y lista para pedirte tiempo antes de entrar. Pero no. No era mi persona favorita. Despaché la breve interrupción y volví a la mesa, pero no me senté. Miré por la ventana, envidiando poco a la gente que caminaba deprisa bajo un clima demasiado caluroso, sin ventajas de protegerse con nada.

Pero entonces, la envidia sí se apoderó de mí al ver cierto tipo de personas andando por esas calles, y a las que yo podía seguir por un breve instante. ¿Cómo era posible que ellos tuvieran todo el tiempo del mundo y yo sólo un instante para disfrutar de algo que anhelaba a diario?

Intenté calmarme, pensé en el maquillaje (tontamente de nuevo), y con todo el autocontrol que tuve en mis manos, regresé al papel… Terminé una vez más esas palabras, esas frases que quizá para su lector ya era una costumbre leer. Esperaba no aburrirlo, pero en esos momentos, no se me ocurrían frases nuevas. No estaba escribiendo algo diferente a las ocasiones anteriores que él había recibido una de esas hojas mías.

Terminé, firmé y la doblé. No intenté reponerme, porque la bomba estaba a punto de estallar. Busqué mi mejor sonrisa para prepararla en cuanto llegaras… Me propuse a colocarla junto a la ropa que tenía destinada para salir contigo una vez más. Fue difícil, pero la encontré, combinaba a la perfección con el maquillaje y estaba inspirada por el pensamiento de que no era el fin de ese momento… Todavía.

Entonces llegaste y hablamos… Mencionaste algo de mi apariencia, lo que buscaba al dedicarle más tiempo de lo normal durante ese tiempo. Volvimos a esas charlas que tanto, tanto odiaba. Y de todas maneras, no quedamos en nada.

Era claro lo que ambos queríamos. Miradas, paseos de la mano, besos, abrazos, risas compartidas, caricias y hasta peleas. No concentradas por un momento. No para que se volvieran efímeras. Queríamos recuerdos para tener presentes juntos.

Pero te fuiste. Y me fui. Y ese lugar, esos lugares de esa gran ciudad por donde anduvimos, se quedaron con las huellas de nuestros pasos, de los recuerdos que acumulamos. A los que esperamos volver.

Los que no buscamos que sean finitos.

Ni pasajeros.

Ni costumbre.

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