Para un mundo que, al comenzar el siglo XX, comenzaba a experimentar cambios a gran velocidad y con vértigo y emoción, fue un enorme placer el dar la bienvenida a una comunicación más instantánea, ya que durante siglos, la correspondencia estaba sujeta a caballo y a bicicleta, durante el último siglo; sin embargo, la comunicación se facilitó a principios del siglo XXI gracias a la telefonía, y para 1900 en Estados Unidos ya había cerca de un millón de usuarios.
El crédito comenzó a ser de Alexander Graham Bell, un escocés nacido en Edimburgo que mostró en 1876 la maravilla del teléfono, durante la exposición por el centenario de la Independencia de Estados Unidos, celebrada en Filadelfia. Sin embargo, muchos visitantes pensaron que se trataba de un simple juguete. Pero al año siguiente, Charles Williams, de Massachusetts, Estados Unidos, decidió instalar el primer aparato privado de ese país (y el mundo) en su residencia. Y para contar con un solo sitio al cuál hablar, también puso un receptor en sus oficinas de Boston.
Pronto, este invento se propagó gracias a una activa promoción encabezada por el inventor. De este modo, la primera estación central comenzaba sus operaciones en 1878.
Para 1900, la Compañía Bell controlaba alrededor de 855.900 líneas; no obstante, comenzaron a surgir diversas opciones y muy pronto, el uso del teléfono pasó de ser comercial, a privado y cotidiano. A la par, surgieron diversos diseños de aparatos y las calles se vieron invadidas por cables que colgaban de postes de maderas. Para ese entonces, la mayoría de las ciudades importantes de América y Europa ya contaban con líneas telefónicas.
Al principio, se requería de un intermediario, no había marcado directo, por lo que la operadora desde la estación central se convirtió en figura protagónica. Primero se habían contratado varones para la distribución de las llamadas, pero fueron reemplazadas por voces femeninas, que resultaban agradables a la voz intimidante masculina. Estas operadoras llegaron a ser consejeras domésticas y hasta sentimentales. En 1902, la Compañía Telefónica de Nueva York anunciaba a sus operadoras como “la voz que sonríe”.
En Hispanoamérica, surgió, junto con el teléfono, toda una cultura lingüística: la del saludo o respuesta al llamado telefónico antes de iniciar propiamente la conversación, y que siguen perdurando hasta nuestros días. Algunas modalidades incluyen “¿Diga?” o “Dígame”, que parecen algo bruscas, pero adecuadas… Otras ya son convencionales, aunque tienen su sello particular según el lugar. Del saludo inglés “Hello!”, se derivó el “Aló” de uso popular, o su variante “¿Hola?”. En México, lo común es levantar el auricular y preguntar “¿Bueno?”. Esta costumbre, según el filólogo venezolano Ángel Rosenblat, sugiere una “aprobación algo prematura”; y se originó en las pruebas para verificar el estado del cable telefónico. La pregunta original era si el cableado estaba bien.