Anticipando la encendida hora;
Creando el futuro transparente y vivo;
El futuro del hombre redivivo
Dando ese estar de dignidad sonora.
Por General Brig. Gabriel Cruz González
12/09/95 Apenas si los pirineos separan Francia de España, la clásica bohemia del café más allá de la aristocrática notoriedad, que como el “café del tambor real” contó con la presencia de Luis XVI y de María Antonieta. O aquel otro, también singular, el “café de Foy” en donde servía las mesas una muchacha en la que el duque de Orleáns se enamoró perdidamente,
Pese a que las francesas llegaron a pensar que el negro líquido “volvía más celosos a los hombres”, los vinateros de Provenza aseguraban que “era un veneno” y los médicos marsellenses, más perdidos, declaran que queda embotada la facultad de procreación.
Madame de Sevigné sentía adversión hacia el néctar, que Racine manifestaba que lo tildó de “indigno favorito”. En cambio, siglo y medio más tarde, el viejo Fontenelle decía: Si el café es un veneno, es un veneno lento, porque hace veinticinco años que lo tomo. Y sin que desee envanecerme, he podido sacrificar siempre a Venus…
El genio militar, culto aunque contradictorio y persecutor, Napoleón declaró, “que resucitaba al tomarlo” y aquél horroroso genio literario que fue Balzac, quería que en su epitafio expresaría: “vivió y murió de treinta mil tazas de café”.
Desde la lejana época de Racine y de Moliere, hasta nuestros días, los cafés franceses despiertan emotivos recuerdos, como escribe Juan Sánchez Azcona: El literalmente histórico “café napolitano, que tanto frecuenté en mis años maduros a la vera de Rubén Darío, de Gómez Carrillo, de Ernest La Jeunesse , de Canudo y de tantos otros amigos…”
En 1700 Procopio di Cotello, fundó el célebre “café procope”, sitio en la Rue de L´ Ancienne Comedie. No cerró sino hasta 1875 y en la que se escribieron páginas históricas inolvidables. Fue el refugio preferido de Voltaire, Rousseau, Fontanelle, Marmotel, Diderot y Condorcet. Puede afirmarse que la revolución francesa se gestó allí. Desde sus balcones habló a la multitud, aquél Dantón de quijada y palabras vigorosas, que al subir a la guillotina dijo despectivo al verdugo: “Muestra mi cabeza al pueblo… vale la pena.”
Bajo la revolución, Roberpierre, Dantón y Marat, son los concurrentes. Luego, durante el siglo XIX George Sand, Alfredo de Musset, Verlaine y León Gambetta. En algunas ocasiones, el sabio Benjamín Franklin, departió allí con los amigos.
En el “café de Foy”, el abogado Camilo Desmoulins, meditó los últimos planes de la revolución, horas antes del 14 de julio de 1789. Y en el “procope” dio la orden de asaltar las tullerías.
El “café Alexandre” del boulevard del temple entusiasmaba a Rousseau y el “Grand café” del mismo boulevard tenían la atmósfera popular que era la imagen de una democracia que sería la cuna de los derechos humanos.
Diderot, cuando escribió su famoso “Sobrino de Rameau”, o situó en el ambiente del “café de la Regene”, en el que se sentaron las bases de la decisiva enciclopedia.
Con bustos de músicos célebres el café “Petit Caveau”, aún estaba situado en los sótanos del Polais Royal y a él se llegaron en sus días, Fray Servando de Teresa y Mier y Simón Bolívar.
En París adquirió gran importancia el “Café de la Rotonda”, al que acudían Honorato de Balzac, monstruo creador y Benedetto Croce, el filósofo idealista y crítico literario.
A otro café de la vieja Lutecia, “El Gato Negro”, asistía Daudet, Mistral, Claretie y Capazza. En épocas posteriores desfilaron, sucesivamente las figuras de Alejandro Dumas, Ernesto Renan, Lorrain y el famoso médico Chacot, que despertó grandes polémicas con sus tratamientos hipnóticos.
El café en la Francia de Hugo y de Lolá, es el centro obligado en que se discuten todas las escuelas y temas literarios, las posiciones ideológicas y las actitudes políticas. En ellos se agitan vidas borrascosas.
Todo parecido con este grupo que hoy se reúne en el “café del hotel Concordia”, de la ciudad de San Luis Potosí es pura coincidencia. Reminiscencia tal vez de la antigua taberna medieval, centro de juglares camorristas, como el aventurero poeta mendigo, y osado truhan que se llamó Francois Villón, que se suscitan inesperados encuentros, lances intelectuales y tórridos idilios.
Hoy en los típicos cafés al aire libre de la ciudad luz, al amparo de ese horrible armatoste que se llama la Torre Eiffel, asombr de turistas cándidos e ignorantes, se sienten bohemios, artistas y pintores de Montmartre. Y hasta los existencialistas en el “café de Flore”, seguidores de Juan Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Mer Leaur Ponty, donde planearon la fundación de la revista “Les temps modernes”. Asistente continuo es Albert Camus, uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo.
Son los cafés el verdadero corazón de la actividad intelectual francesa.
Esa amplitud de cósmicas alturas,
Esa liberación rica de alas
Y horizontes, abiertos y fecundos…
Eso que da el fulgor sin ataduras
Y hace lucir sus luminosas galas
Al corazón de pálpitos jocundos…
(Sinuhe)