El Tesoro

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“No es el filósofo el que sabe dónde está el tesoro

sino el que trabaja y lo saca.”

Francisco de Quevedo.

 

 Narración tomada de la voz del náhuatl, Sebastián Hernández Avíla.

Compilación y edición: Juan Felipe Cisneros Sánchez.

 

 

…Cuenta la tradición oral náhuatl de Santiago Centro, Barrio Progreso, municipio de Tamazunchale; que un anciano campesino agotado por los años, meditaba en cuáles herencias debía dejar a su dos hijos, pues sabía que la muerte, estaba ya cerca.

Al revisar la manera en que cada uno de sus hijos se comportaba en la vida, se dio cuenta que el mayor, era trabajador; muy atento con su esposa; su familia y prosperaban. Mientras que su hijo menor, era muy diferente, pues no era dedicado, ni trabajador; mucho menos atento con su esposa y familia. En definitiva, no se esforzaba por salir adelante.

Decidió que al hijo mayor le dejaría una mayor extensión de tierras, para asegurar su prosperidad; mientras que al hijo menor, darle una herencia diferente.

Fue y le entrego su herencia a su hijo mayor, pero cuando fue con el menor, al visitarlo le dijo:

  • Mira hijo, como podrás darte cuenta, yo ya estoy de edad y en cualquier momento iré a descansar al mundo de los muertos. Por eso ahora te diré en secreto cuál será tu herencia. Pero debes prometerme que hasta que yo muera podrás ir por ella.

 

El hijo menor ya interesado, escucho con atención y aceptó el compromiso, preguntándole a su anciano padre: ¿Pero cuál será mi herencia? El anciano se inclinó para decirle al oído y susurrando le dijo:

  • Te dejaré un terreno muy especial, unas tierras que en el centro tienen un invaluable tesoro. Pero vas a tener que escarbar siete días continuos, un metro de profundidad cada día. En cada metro que logres escarbar, vas a encontrar una nota y cuando hayas logrado escarbar los siete metros en siete días; descubrirás el tesoro. Recuerda ser paciente y no hacerlo hasta que yo muera.

 

Así pasaron los meses y el hijo menor estaba impaciente por ir en busca del tesoro, pero su padre aún seguía vivo. Finalmente el anciano falleció y el mismo día del entierro el hijo menor inicio la excavación en el centro del terreno, haciendo lo que su padre le había indicado.

El primer día entusiasmado logro su primer metro de profundidad y tal como le había dicho su padre, encontró una nota que decía:

 

“¡¡¡Felicidades hijo, por fin decidiste ir en busca de un propósito!!!”.

 

Al siguiente día, al hijo menor le costó trabajo levantarse, finalmente volvió al terreno reiniciando la excavación. Al terminar su segundo metro de profundidad, encontró otra nota. Esta decía:

 

“¡¡¡Si ya iniciaste la tarea, nunca la dejes. Con ánimo continúala!!!”.

 

Salió el sol el tercer día y cantando el gallo el hijo menor despertó. Ya se sentía cansado de escarbar y por algún momento pensó; ¿Por qué no contratar a alguien que le hiciera el trabajo? Pero como no tenía dinero se levantó y se fue al terreno a reanudar la excavación. Al terminar su tercer metro encontró otra nota, misma que decía:

 

“¡¡¡Recuerda siempre hacer tus cosas por ti mismo!!!”.

 

Al cuarto día el hijo menor ya le dolían sus manos y todo su cuerpo lo sentía molido, aun así se levantó y fue al terreno a hacer su cuarto metro de excavación. Al terminarlo encontró otra nota, que ahora decía:

 

“¡¡¡las cosas importantes de la vida llevan tiempo y hay que hacerlas!!!”.

 

Así, llegando al quinto día, se preguntó por un instante, si valdría la pena tanto esfuerzo y si terminaría los tres metros que le restaban; pensativo, juntó las notas encontradas y las volvió a leer. Desayunó y se fue al terreno a continuar su excavación. Al terminar su quinto metro, sudoroso descubrió la quinta nota, que decía:

 

“¡¡¡No importa cuánto te falte, sino lo que has logrado!!!”.

 

Se fue a su casa y cenó sus humildes alimentos. Estaba agotado y sintió el abrazo de su esposa que le colmaba de caricias y masajes, sabiendo que se esforzaba el hombre. Esa noche durmió tranquilo y antes de que saliera el sol y cantara el gallo del sexto día, el hijo menor ya estaba en el terreno continuando su excavación. Terminó su sexto metro de profundidad y también encontró su sexta nota que le decía:

 

“¡¡¡Aunque te sientas cansado y adolorido, nunca te des por vencido!!!”.

 

Llegando de regreso a su casa ayudó a hacer leña y no paraba de trabajar. Estaba animado, ya sólo le faltaba un metro.

Al séptimo día, volvió a ganarle al sol y al gallo. Con ánimo se puso a escarbar su séptimo y último metro. ¡Ansiaba ver el tesoro prometido! Así que incansable escarbó y escarbó, hasta que al séptimo metro llegó. Ahí estaba la séptima y última nota, que decía:

 

“¡¡¡si has logrado tu propósito, lograrás tu recompensa!!!”.

 

El hijo miró aquella fosa de siete metros de profundidad, que le había ocupado sus siete días de la semana. Pero en el fondo del hoyo no veía ningún tesoro. A pesar de ello se sentó en el cumulo de tierra, miró cómo caía el sol por el oriente y disfrutó el ocaso.

Llegó a su casa, cenó y convivió tranquilo, a pesar de no saber de su tesoro. Agotado se fue a dormir.

 

Al siguiente día, el hijo menor despertó por sí mismo y antes de que levantara el sol y cantara el gallo, se encamino a su terreno. Al llegar a la fosa, cuál fue su sorpresa encontrarla llena de agua. Lo que parecía un lugar de tierras secas, ahora contenía en su centro un pozo. Miró sus manos y poniéndolas contra el sol se dio cuenta de lo poderosas que eran. Volteó a ver a su alrededor y se le ocurrió que ahora hacían falta canales en el terreno para aprovechar esa agua y sembrar maíz, frijol, calabazas, quelites, chiles, tomates, ¡lo que quisiera!

Hizo los canales, y sembró las semillas, cada día antes de que el sol saliera y el gallo cantara, el hijo menor estaba en su parcela. Así logró una enorme cosecha, y en el ciclo siguiente otra y otra.

 

A su familia ya no le faltó sustento y era feliz. Así siguió trabajando y gracias a su tierra y su pozo logró prosperar.

 

Al llegar un aniversario de la muerte de su padre, el hijo menor fue a su tumba a darle las gracias por la herencia que le había dado y le dijo:

“Gracias, padre por dejarme el mayor tesoro de todos: El trabajo.

Porque gracias a él, descubrí:

El oro azul, que es el agua;

El oro café, que es la tierra;

El oro verde, que verde que son las plantas y los árboles;

El oro dorado, que es la alimentación y la salud.

Gracias por las Siete lecciones que encontré en las profundidades y que me ayudaron a cambiar mi existencia”.

 

Síntesis:

  1. Decide ir en busca de un propósito.
  2. Iniciada la tarea, continúala.
  3. Siempre hacer tus cosas por ti mismo.
  4. Lo importante de la vida lleva tiempo y hay que hacerlo.
  5. Fíjate en tus logros.
  6. Nunca te des por vencido.
  7. Al logro de tu propósito, corresponderá tu recompensa.

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